OJO QUE MIRA: DE QUIÉN ES LA PELÍCULA

Solemos hablar de la autoría de las películas como si pertenecieran a los actores o los directores. Así decimos de la última película de Matt Damon o Timothée Chalamed para referirnos a The Last Duel o Dune. Quienes están un poquito más informados dirían, de Ridley Scott o Denis Villeneuve, sus respectivos directores.

Lo cierto es que en ambos casos damos créditos a los autores, un derecho irrenunciable e inalienable, pero no son los dueños de la obra. Y en la industria quienes ejercen funciones autorales rara vez son quienes tienen los derechos patrimoniales.

Son las compañías productoras las dueñas de las películas. Empresas que pertenecen a hombres o mujeres que detrás de un escritorio deciden en qué proyecto colocar los recursos necesarios para una realización fílmica. Siguiendo con los ejemplos iniciales serían 20th Century Studios parte del conglomerado Disney y Lengendary Entertainment perteneciente a la corporación china Wanda Group y vinculada a Warner y Universal los dueños de las obras antes mencionadas.

Las casas productoras son quienes garantizan que la obra se haga. Hacen la compra de los derechos necesarios para ello y garantizan la inversión para honorarios, alquileres, confecciones y producción. Esto las convierte en tenedoras de los derechos patrimoniales. Luego mediante explotación comercial en pantallas de exhibición y las posibilidades que permite el mercado, como por ejemplo, la venta del llamado merchandising, aspiran a recuperar y multiplicar lo invertido.

En los países no industrializados, el cine de autor y el cine independiente la fórmula tiende a cambiar. Son los propios creadores los responsables de buscar financistas a través de innumerables fondos públicos o privados destinados a la producción de cine y audiovisuales en general. En fin, es un tema con cientos de aristas y caminos culebreros que seguiremos develando.

Vladimir Sosa Sarabia

@sosasarabia

Publicado el viernes 25 de febrero de 2022.
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Caracas - Venezuela

OJO QUE MIRA: PROGRAMAR LA CINEMATECA

Para el común de las personas, la Cinemateca Nacional es solo una sala de cine. En la histórica sala ubicada en el Museo de Bellas Artes se exhibe una programación de cintas del mundo desde que se inauguró, en 1966, con Barbarroja del japonés Akira Kurosawa.

Programar la Sala MBA es un trabajo hermoso, producto de la investigación dedicada y cuidada de quienes se ocupan de construir las diferentes muestras y ciclos allí proyectados.

El cine es tan amplio y diverso en temas como en formas y la cultura cinematográfica es un conjunto de actividades y miradas que conviven, la mayoría de las veces en perfecta armonía. En este arte y oficio todo tiene su lugar, su espacio.

Las salas comerciales agrupan la inmensa mayoría de los espectadores. En sus pantallas iluminadas por blockbusters, sagas y ahora los universos cinematográficos hemos visto el desarrollo de la industria hollywoodense.

Donde se devoran kilos de cotufas y litros de refrescos hay quienes creen que está la competencia. Amar el cine es reconocer su diversidad y disfrutarla, incluido Hollywood y sus buenas películas, que las tiene.

Existen también las salas de arte y ensayo, para al cine de autor, el alternativo o ese cine no comercial que tanto gusta, sobre todo a exigentes cinéfilos. Ese cine con poco centimetraje en los medios constituye la inmensa mayoría de las obras producidas en el mundo: desde un corto estudiantil hasta una novedosa mirada de un director galardonado en festivales, pero no con los favores de la taquilla.

La Cinemateca, cuya principal función es el resguardo del patrimonio fílmico del país, recibe en sus salas todo el cine sin importar época o lugar de procedencia. Siempre con la visión de formar más y mejores espectadores, sensibles a las cinematografías del mundo y críticos ante las propuestas estéticas y narrativas que propone la hegemónica gran industria.

Vladimir Sosa Sarabia

@sosasarabia

Publicado el viernes 18 de febrero de 2022.
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Caracas-Venezuela

OJO QUE MIRA: ¡QUÉ BUENA PELÍCULA, EFTERPI!

Entre las cosas que le agradezco a la vida están las buenas películas. Ser testigo de la capacidad de composición visual y sonora del ser humano me emociona. Cuando mis hijos o estudiantes me preguntan si lloro en el cine, siempre les respondo que lo que me conmueve es una obra bien hecha. Me reconforta la aptitud creadora y de cómo tantas personas con total diversidad se juntan para crear una película.

No hay buen cine sin una dirección dedicada y disciplinada. Y la directora venezolana Efterpi Charalambidis cuenta con esos atributos. Es una apasionada de la imagen cuando de contar historias se trata. Ya lo demostró con su primer largometraje “Libertador Morales, El Justiciero” y lo reafirma con la recién estrenada “Que buena broma, Bromelia”.

La historia de Bromelia es la de cualquier mujer de cualquier época en cualquier lugar de mundo. Es sencillamente una historia difícil porque las mujeres, aunque suene a panfleto, siempre la tienen difícil. Sea en el amor, en la maternidad, en el trabajo, en sus proyectos, en su familia; todo es arduo, empinado, complejo. Así lo dispuso el patriarcado.

Bromelia, en carnes de la actriz Irabé Seguías, es la representación de todas aquellas complejidades, pero también es la proyección de todas las cosas maravillosas que albergan ellas: fortaleza, dignidad, bondad, amor, solidaridad, sensibilidad, capacidad resolutiva y ese impresionante poder para sobreponerse ante las adversidades.

Una conquista de Efterpi Charalambidis con esta película es que logra abordar temas tan duros y complejos, y presentarlos con gran profundidad en una historia hermosa, compacta y fluida.

La impecable dirección, con todos los elementos que la componen bien logrados y en su justo lugar, como con precisión quirúrgica, hacen que uno agradezca el milagro del cine hecho con amor y vocación.

Gracias Efterpi, por tan buen película.

Vladimir Sosa Sarabia
@sosasarabia

Publicado el viernes 11 de febrero de 2022.
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Caracas - Venezuela

OJO QUE MIRA: EL FLACO GARBISU

Oscar Garbisu. Foto: Aureliano Alfonso

Cuando me avisaron de la partida de Oscar Garbisu, sentí que me arropaba una gran soledad. Casi en simultáneo Teresa, su compañera, y Humberto Castillo, amigo en común, me comunicaron la mala nueva temprano la mañana del 2 de febrero, Día de la Candelaria.

Garbisu casi hasta su último aliento validaba todas las ideas y decisiones que se tomaban en Cinemateca Nacional en relación al Archivo Fílmico y el patrimonio audiovisual. Siempre al teléfono e incluso dispuesto a un encuentro para discutir los temas que tanto nos importan, el cine y la memoria.

El cine nacional le debe mucho a este venezolano nacido en Cataluña. Es que el flaco Garbisu se dedicó al cine con pasión militante. Se jubiló de Cinemateca luego de 20 años y sus palabras “en adelante, en cualquier asunto referido a la Institución, podrá seguir contando con mi colaboración incondicional” no cayeron al vacío.

Llegó al Archivo Fílmico de Cinemateca en 1992 y al poco tiempo comenzó un período de profesionalización de los procesos de conservación, preservación y restauración de materiales fotoquímicos. Sería mezquino no reconocer que la totalidad del patrimonio fílmico venezolano existe gracias a él, que por décadas recopiló, rescató y resguardó nuestra cinematografía en todos los soportes existentes, implantó un método y formó técnicos en el arte de custodiar la memoria cinematográfica.

También participó en el hacer películas en distintos roles. Su única firma como director está en los créditos del corto “El patio se está hundiendo” (1979) que fue Premio Municipal de Cine, Premio Abigaíl Rojas y Premio en el Festival de Cortos MTD.

Su estoicismo solo se alteraba al denunciar el peligro de pérdida del patrimonio. Y así debe ser, según sus enseñanzas, alertar es también la labor de un custodio de la memoria y en resguardarla consagraremos la vida. Se lo debemos a Oscar.

Vladimir Sosa Sarabia.

@sosasarabia

Publicado el viernes 04 de febrero de 2022.
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Caracas - Venezuela