A propósito del Congreso Nacional e Internacional de Historia realizado en La Guaira quisiera comentar la bonita relación entre el cine y la historia. Lo obvio es la inmediata referencia a las películas en las que nos cuentan un hecho verídico a través de reconstrucciones con una que otra licencia creativa con la que guionistas y directores satisfacen necesidades narrativas, estéticas, comerciales o políticas.
Pero el cine, como soporte contentivo de la memoria, tiene mucho más para aportar. Y es una lástima que en ocasiones acuciosos investigadores del pasado y el presente obvian los formatos audiovisuales como fuente documental. No son todos, permítanme reconocer.
Gracias al cinematógrafo se pudo dejar registro de la trágica coronación del zar Nicolás II en la Rusia de 1896. Luego, en los años 20 del siglo pasado, Dziga Vertov y su cine-ojo nos mostraba el avance de la revolución soviética.
De este lado del mundo, Patricio Guzmán y Miguel Littín nos mostraron el Chile de Allende y el golpe de Pinochet. Imposible no recordar los Noticieros ICAIC de Santiago Álvarez y su equipo poniendo la mirada en la revolución cubana.
En Venezuela una pléyade de documentalistas ha registrado y narrado nuestro existir durante el último siglo. Liliane Blaser se ha dedicado a mostrarnos los sucesos y los desencadenantes de la masacre del 27 de febrero de 1989.
Por estos días de abril, hace 20 años, Ángel Palacios registró imágenes que se convirtieron en los sendos documentales Asedio a una Embajada y Puente Llaguno, Claves de una masacre. Medios comunitarios se desplegaron también para dejar significativas y sensibles imágenes para la memoria.
Hoy día es casi imposible hacer investigación sobre los últimos 30 años en el país sin tomar el audiovisual como fuente. Son varias las razones para preservar nuestro patrimonio fílmico y colocarlo al servicio de la historia.
Vladimir Sosa Sarabia.
@sosasarabia
Publicado en el viernes 08 de abril de 2022.
Pág. 15. Últimas Noticias.
Caracas-Venezuela
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